María Ràfols
María Ràfols Bruna es una estrella más en esa constelación de mujeres fuertes, urgidas por el amor a Dios y a sus preferidos, los más pobres y necesitados de la sociedad, que aparece y brilla en ese siglo XIX español, tan convulso y agitado por enfrentamientos y odios.
Pionera en España de la Vida Religiosa apostólica femenina, es fundadora de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana junto con el Padre Juan Bonal.
Biografía
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Infancia
Nació el 5 de noviembre de 1781 en el Molino d’en Rovira a 1 km de Vilafranca del Penedés y a 64 kilómetros de Barcelona (España). Dos días después de su nacimiento, fue bautizada con los nombres de María Josefa Rosa. Sus padres, que se llamaban Cristóbal Ràfols y Margarita Bruna, eran pobres y sencillos campesinos.
José Luis Martín Descalzo en “El verdadero rostro de María Ràfols” dice: “esta niña iba a capitanear una gran aventura que haría girar muchas cosas, se anticiparía a alguno de los movimientos más vivos de la Iglesia en el siglo que ya estaba casi a las puertas…Esta niña sabría responder a todas esas llamadas de Dios que los mediocres despreciamos. Ella iba a asumir una de las tareas más difíciles que a un creyente puede encomendársele: arder y no brillar; caminar sin avanzar; construir arduamente unos hondos cimientos y no llegar a ver jamás el edificio que sobre ellos se construirá.”
Seguimos de la mano de Martin Descalzo y nos preguntamos como él “¿Cómo fue aquella infancia? El único dato documental con que contamos es el de su confirmación, recibida a los cuatro años (junto a sus hermanas Margarita y Josefa, ésta de dos meses de edad) de manos del obispo de Barcelona, Don Gabino Valladares, en el convento de las Carmelitas Calzadas de Vilafranca… María, con cuatro añitos, quizá pudo, sin duda, entender algo del gozo de sacramento que recibía”.
Sabemos también que su padre murió de agotamiento a los cincuenta años, cinco hermanitos mueren, hay cambios constantes de residencia que no se hacen por capricho, todo ello nos muestra las dificultades de una familia campesina de la época para sacar adelante a sus cinco hijos. María Ràfols será capaz de comprender las dificultades de los pobres, los enfermos, los moribundos… puesto que ella misma las ha vivido desde pequeña.
- Años oscuros
Después entramos en los años verdaderamente oscuros en los que no sabemos absolutamente nada de su vida, se pierde la pista en 1794 y la volvemos a encontrar el 1804 en el Hospital de la Santa Cruz trabajando en el cuidado de los enfermos junto a otras jóvenes.
- Madurez
Su aventura fuera de Cataluña comienza con el viaje de Barcelona a Zaragoza. Llega el 28 de diciembre de 1804 a Zaragoza junto a un grupo de doce Hermanas y doce Hermanos de la Caridad. Viajan en carros, dejando atrás para siempre su lengua, su tierra y su familia. El Padre Juan Bonal los ha reunido en Barcelona para servir a los enfermos del Hospital de Nuestra Señora de Gracia, respondiendo a la llamada de la Junta que lo rige, la Sitiada.
Al atardecer, realizan la primera visita al Pilar, para poner en manos de la Señora aquella nueva y arriesgada misión. Y desde allí van al Hospital Nuestra Señora de Gracia, fundado en 1425 por Alfonso V, mundo del dolor donde, bajo el lema “Domus Infirmorum Urbis et Orbis” (Casa de los enfermos de la ciudad y del mundo), se cobijan enfermos, dementes, niños abandonados y toda suerte de desvalidos.
Es un mundo complejo y difícil. María Ràfols, Superiora de la Hermandad femenina, a sus 23 años, tiene que enfrentarse a una tarea que parece muy superior a sus fuerzas: poner orden, limpieza, respeto y, sobre todo, dedicación y cariño en aquellos seres, los más pobres y necesitados de su tiempo.
Y lo hizo muy bien. Dicen las crónicas que “con mucha prudencia y discreción”. Los Hermanos no pudieron superar la carrera de obstáculos y a los tres años ya habían desaparecido. Las Hermanas se quedan y aumentan en número. María Ràfols sabe sortear los escollos con prudencia, caridad incansable, y un temple heroico que ya empieza a despuntar. Es una mujer decidida, arriesgada, valiente. Se presenta, con algunas Hermanas, a examen de flebotomía, ante la Junta del hospital en pleno, para poder practicar la operación de la sangría, tan frecuente en la medicina de su tiempo, buscando siempre el mejor servicio al enfermo. Esto, en su época y en una mujer, era algo casi inconcebible.
- Llegaron las guerras
En los Sitios de Zaragoza, durante la Guerra de la Independencia, su caridad alcanza cotas muy altas, especialmente cuando el Hospital es bombardeado e incendiado por los franceses. Entre las balas y las ruinas, expone su vida para salvar a los enfermos, pide limosna para ellos y se priva de su propio alimento. Cuando a ellas y en la ciudad faltan comida, medicinas y agua, se arriesga a pasar al campamento francés, para postrarse ante el Mariscal Lannes y conseguir de él, atención para los enfermos y heridos; atiende a los prisioneros, e incluso intercede por ellos y logra, en algunos casos, su libertad.
Desde 1813, Madre María Ràfols aparece al frente de la Inclusa, con los niños huérfanos o sin hogar, los más pobres entre los pobres. Allí pasará prácticamente el resto de su vida, derrochando amor, entrega y ternura. Es el capítulo más largo de su vida, más escondido, pero sin duda el más bello. Será la madre atenta de aquellos niños por los que se desvive hasta su ancianidad. Su presencia se hace insustituible para lograr el buen orden y la paz en ese departamento, uno de los más difíciles y delicados del Hospital. Sigue, además, los pasos de los niños que se crían fuera, a cargo del mismo Hospital, o se dan en adopción, defendiéndolos y aun recogiéndolos cuando entiende que no son bien cuidados y tratados por las amas y las familias a las que también se encarga de acompañar.
A María Ràfols le alcanzan también las salpicaduras de la primera guerra carlista, con un coste de dos meses de cárcel y seis años de destierro en el Hospital de Huesca, con la Hermandad fundada en 1807, semejante a la de Zaragoza, a pesar de que la sentencia del juicio la declaraba inocente. Sigue la suerte de tantos otros desterrados por las más leve sospecha o denuncia calumniosa. Pero cárcel, destierro, humillación, calumnia, sufridos con paz y sin una queja, le hacen entrar de lleno en el grupo de los que Jesús llama dichosos: los perseguidos por causa de la justicia, los pacíficos, los misericordiosos.
A su regreso, vuelve sencillamente a la Inclusa, con los niños que no saben de guerras ni odios, pero que perciben el amor.
- María Ràfols vive para la eternidad
Muere el 30 de agosto de 1853, próxima a cumplir setenta y dos años y cuarenta y nueve de Hermana de la Caridad. Su muerte es un reflejo de su vida: serenidad, paz, cariño y agradecimiento a las Hermanas, entrega definitiva al Amor por quien ha vivido y se ha gastado sin reservas, dejando a sus hijas la gran lección de la CARIDAD SIN FRONTERAS en la entrega día a día. Una caridad que no muere, que no pasa jamás.
- Fama de santidad
Tenemos algunas afirmaciones hechas por los testigos de su proceso de beatificación, tomadas todas, de los recuerdos de quienes la conocieron:
- Su sola presencia era toda una revelación: atraía y cautivaba.
- Elevada estatura, mirada dulcísima, porte grave y majestuoso, realzado por el encanto de una modestia angelical.
- Se mostraba siempre gozosa y contenta.
- Poseía gran presencia de ánimo y fortaleza de espíritu.
Padre Bonal
Juan Bonal Cortada es ante todo un gran apóstol de la caridad, mendigo de Dios en favor de los más desvalidos de la sociedad de su tiempo, misionero incansable por los más diversos lugares de la geografía española, en una entrega radical y heroica.
Biografía
- Infancia y adolescencia
Nace en Terrades (Girona, España) el 24 de agosto de 1769, en una familia de hondas raíces cristianas.
Tiene una buena formación intelectual para su época, encaminada al sacerdocio, a pesar de su condición de heredero, como primogénito de la familia, según la costumbre de su tierra.
Realiza estudios de Filosofía en la Universidad Sertoriana de Huesca, de Teología en Barcelona y Zaragoza.
- Madurez
Se presenta en Reus (Tarragona) a las oposiciones convocadas por el Ayuntamiento para las dos aulas de Gramática de la ciudad y es aprobado como profesor para una de ellas. En esa población, reside durante siete años, los cinco últimos ordenado ya de sacerdote. Es allí donde nace su vocación de caridad y entrega hacia los marginados de su tiempo, hacia las necesidades que palpaba cada día en su entorno. Junto a la enseñanza, realiza una intensa actividad caritativa y apostólica: visita enfermos y encarcelados, atiende a niños y jóvenes abandonados.
- Cerca de los pobres
La caridad con los más pobres y desamparados de su tiempo le atrae de tal manera, que llega a renunciar a la enseñanza para dedicarse de lleno al servicio de los enfermos en el Hospital de la Santa Cruz de Barcelona primero, en el de Ntra. Sra. de Gracia de Zaragoza después, a donde llega en 1804 para establecer en él una Hermandad de Caridad, con vocación de Vida Religiosa y dedicación a los enfermos y desamparados, quedando él como capellán del Hospital y director de la Hermandad.
Los trágicos sucesos de los Sitios de Zaragoza, hicieron de aquel centro hospitalario un montón de ruinas y durante muchos años, la miseria presidió la vida del Hospital y sus moradores. Para paliarla en lo posible, el Padre Juan dedica el resto de su vida a mendigar de pueblo en pueblo, por gran parte de la geografía española, a lomos de una mala cabalgadura, en interminables y duras jornadas, como limosnero del Hospital de Zaragoza.
Mendigo de Dios por los pobres, pasa por todas partes haciendo el bien, predicando a las gentes sencillas del mundo rural, excitando su fe y caridad, dedicando largas horas al confesionario, ofreciendo el perdón y la paz a los que, movidos por su palabra ardiente, acuden a él.
- Vive para la eternidad
Fueron muchas las fatigas e inclemencias de los caminos, muchas las dificultades que encontró en su ingrata misión de limosnero. Pero nada le hizo desistir de una empresa que exigía humildad, caridad y paciencia heroicas, en la que ponía ilusión y constancia sin límites, con total entrega y olvido de sí. Misión que se prolonga el resto de su vida hasta su muerte en el Santuario de Ntra. Sra. del Salz, en Zuera (Zaragoza), donde solía retirarse para preparar sus veredas. Allí rindió su última jornada acompañado por cuatro Hermanas de la Caridad, de las Hermandades por él fundadas, con las que siempre estuvo en comunión de ideales y afecto, por un médico enviado por el Hospital, que tantos beneficios le debía, y por varios sacerdotes. Con plena lucidez y paz recibió los sacramentos de manos del sacerdote de Zuera, mandó celebrar una misa a San José y el Señor le salió al encuentro el día 19 de agosto de 1829, próximo a cumplir 60 años.