San Jorge

Poco es lo que los críticos historiadores nos narran de él. Bastante más ricas han sido las leyendas que nos cuentan maravillas y milagros de su recia personalidad, desenmascarando al emperador y defendiendo a la joven inocente del terrible dragón que asolaba la ciudad.
Recorriendo los museos de Oriente y Países eslavos, queda el turista maravillado al contemplar cómo San Jorge ha sido uno de los temas, por no decir el tema, más llevado a los lienzos de aquellos países, lo que indica el fervor popular que siempre han sentido hacia él.
Parece que nació en Palestina, en la ciudad de Lidda o en Mitilene, allá por el ano 280. Sus padres parece eran fervorosos cristianos y emparentados con la alta aristocracia del país.
Hay testimonios de su culto desde fines del siglo IV en Lydda (Lot), cerca de Tel Aviv.
Lo que se sabe de él está muy próximo a la nada (hasta el punto de que desde 1970 la Iglesia ha hecho su fiesta optativa, como lavándose las manos de la cuestión), pero su popularidad en todo el mundo cristiano es inconmovible: en Oriente los griegos le llaman «el gran mártir» (aunque nada de cierto sabemos sobre su martirio), su culto se extendió muy pronto por la Europa occidental, las cruzadas contribuyeron en gran manera a difundirlo, y es aún el santo patrón de Inglaterra, Portugal, Cataluña y Génova.
San Jorge es el caballero que mata a un dragón para salvar a una doncella, y así lo ha representado durante siglos la iconografía, sereno y gallardo, con armadura, lanza y espada, aniquilando al monstruo en el que la fe ve el símbolo del Mal, para salvar a la princesa que es la Iglesia de Cristo.
Debajo de la alegoría, ¿existe algo comprobable? Nuestro Jorge pudo ser un soldado nativo de la Capadocia, hoy Turquía, cuya vida heroica inspiró una leyenda que recoge así mismo ecos del mito pagano de Perseo; quizá murió mártir en Nicomedia durante la persecución de Diocleciano, en los primeros años del siglo IV.
En la Leyenda Dorada Jacobo de Vorágine da rienda suelta a la imaginación, los hagiógrafos modernos tuercen el gesto, y entre la poesía fantasiosa y el escepticismo adusto de los sabios, el pueblo fiel celebra jubilosamente la fiesta del caballero capadocio, eternamente juvenil como la primavera, el más bizarro de los santos, que nos trae la guerra por la salvación.