San Clemente, Papa
Clemente vio a los Apóstoles en persona, tuvo relación con ellos, oyó con sus propios oídos su predicación y conservaba aún ante su vista su tradición". Con estos términos presenta San Ireneo, un siglo más tarde, a aquel que, tras los desdibujados episcopados de Lino y Cleto, aparece como la figura prominente de primer sucesor de Pedro. Es cierto que su intimidad con los Apóstoles contribuyó no poco a imponer la elección de Clemente a la comunidad romana, aun cuando resulte imposible el reconocer a ciencia cierta su nombre entre aquellos de los que asegura San Pablo que se hallan inscritos en el «Libro de la Vida» . En la carta que, hacia el año 95, dirigió en nombre de «la Iglesia de Dios que reside en Roma a la Iglesia de Dios que reside en Corinto» - a fin de exhortar a los cristianos de Corinto a la unidad y al amor - Clemente evoca con emoción la memoria de Pedro y Pablo. El espíritu que se deja entrever detrás de esta carta es el de un hombre que se nutría de la Escritura, el de un ciudadano que se mueve muy a sus anchas dentro del mundo grecolatino - cuya cultura había recibido - y el de un cristiano a quien había enseñado a orar el propio San Pablo ¿Fue llamado a dar su sangre por Cristo? Eso al menos es lo que atestigua la tradición a partir de fines del siglo IV. «Cristo dice Clemente, pertenece a las almas sencillas y no a aquellos que se engríen por encima del rebaño».