San Ireneo

Ireneo nació hacia el año 135 en Esmirna, en donde, durante su juventud, fue discípulo de Policarpo, quien a su vez lo había sido de Juan (ver 23 de febrero).

Cuando todavía era muy joven, quizá con quince años, ya sufrió en su misma carne las sangrientas persecuciones de Adriano y Antonino Pío.

Por el año 157 encontramos a Ireneo en las Galias, enviado, quizá, por su maestro San Policarpo, para misiones de gran responsabilidad. Viene procedente de su patria, Esmirna, con ardiente fuego apostólico en su joven corazón.

En Roma pasó varios años entregado al apostolado y en defensa de la fe de Jesucristo en los tiempos que tanto abundaban las herejías contra ella.

Por los años 177 lo encontramos en Lyon al lado de un gran grupo de cristianos que están encarcelados por la fe que profesaban en el Señor Jesús. Son unos cincuenta y los preside su mismo Obispo Potino, oriundo también como él de Asia Menor y que hacía algunos años le había consagrado sacerdote para esta iglesia de Lyon que ahora sufre la más terrible persecución. No sabemos por qué Ireneo no ha sido todavía encarcelado y puede moverse alentando a unos y a otros para que perseveren en la fe cristiana.

A este pueblo de Lyon y refiriéndose a esta ocasión, alguien les ha llamado "un pueblo de mártires". Muerto Potino los cristianos le eligen su obispo por el 180. Los desvelos del pastor se multiplican. Se entrega sin reservas a todos los que sufren en el cuerpo o en el espíritu. Han sido años muy duros los que han vivido y debe devolver la paz y la calma. Había de gobernarla hasta su muerte, en torno el año 200.

San Ireneo es a la vez un teólogo de profundas y amplias intuiciones, un controversista ardoroso en la exposición y rechace de las herejías de su tiempo y un misionero que se sabía deudor del Evangelio tanto a los Celtas como a los Romanos. Ante todo es un hombre de la Iglesia. Captó de modo admirable el esplendor de los designios de Dios, que discurren desde la creación del hombre hasta la venida de Cristo y la irrupción del Espíritu en el mundo. Tuvo confianza en el hombre, porque creyó en la Encarnación: «La carne es capaz de recibir la salvación; de lo contrario, la Palabra no se hubiera hecho carne».

«Allí donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios y el Espíritu es verdad». A esa Iglesia se entregó en cuerpo y alma Ireneo - cuyo nombre significa «pacífico»- procurando la paz allá donde surgiera la discordia entre las comunidades locales, adherido de forma indeclinable a «la más grande y la más antigua» de las Iglesias, aquella que fue «fundada en Roma por los dos apóstoles más gloriosos: Pedro y Pablo.»

Muchas religiones se han basado en la idea de que sólo unos pocos elegidos tienen el privilegio de un conocimiento especial acerca de Dios, incluyendo los secretos de la vida eterna. A fin de obtener ese conocimiento, has de pasar a través de procedimientos y rituales misteriosos destinados a hacerte parte de la elite de escogidos. Una vez que eres aceptado, has de jurar que nunca revelarás los secretos a nadie que no pertenezca al grupo.

El amor de Dios es justamente lo opuesto. Está para ser compartido con todo el mundo. «Id y haced discípulos en todas las naciones», dijo Jesús a sus seguidores. No dijo: «Id y guardad esto para vosotros.»

En el siglo tercero, ciertos grupos empezaron a enseñar que Jesús había guardado secretos, que su enseñanza «real» había sido reservada para los doce apóstoles. Que sólo a unas pocas personas se les permitió oír la supuesta verdad.

San Ireneo, obispo de Lyon, se opuso firmemente a tal idea. Reconociendo el hechizo de la información secreta, escribió varias obras comparando el conocimiento denominado oculto con la enseñanza de los apóstoles y de las escrituras. Haciéndolo así, fue capaz de aplastar la idea de que Jesús vino sólo para unas pocas personas especiales.

Si la gente te dice que tiene un conocimiento secreto acerca de Dios, no la creas. Una información así no se halla disponible. La verdad divina está al alcance de cualquiera que la busque. Lo único que has de hacer es pedir, y recibirás.

Escribió varios tratados para defender la fe contra las herejías reinantes. Por ellos se puede apreciar el fuego de amor a Dios y a la verdad que llenaba su alma. Recientemente, el P. Orbe ha escrito unos comentarios de gran autoridad sobre estos tratados. Parece que murió mártir por el 208 en la persecución de Septimio Severo. Su fiesta se celebra desde 1922 en toda la Iglesia.

Inmaculado Corazón de María

"Para los hombres, el corazón de María es también un corazón humano, muy humano. Es el corazón de la Madre. San Juan nos representaba a todos. Porque amó mucho mereció ser Madre de Dios y atrajo el Verbo a la tierra, sin dolor; con sufrimiento y con dolor, ha merecido ser Madre nuestra. El amor a su Hijo y a sus hijos es tan entrañable y tierno, que guarda en su corazón las acciones más insignificantes de sus hijos, de quienes su Hijo Jesús es Hermano Mayor. Dios ha querido conceder sus gracias a los hombres por el corazón de la Virgen. Por su corazón pasa todo cuanto ennoblece y dignifica al mundo: las gracias de conversión, la paz de las conciencias, las santas aspiraciones, el heroísmo de los santos, los rayos más luminosos que le señalan al mundo las rutas de salvación. Como la imaginación, abandonada a sí misma, es la loca de la casa, el corazón dejado a la deriva, sin educar, es la perdición de toda nuestra persona. María nos enseña a amar con ardor, pero con gran pureza. El amor a Dios y a nosotros mismos encuentra el modelo humano más perfecto en el corazón limpio de María".

- Asociación "Ágape - Betania" -

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