Santa Rafaela Mª del Sagrado Corazón

Santa Rafaela nació en Pedro Abad, Córdoba, el 1850. Fueron trece hermanos: once varones, Dolores y Rafaela. Cuatro años tenía Rafaela cuando murió su padre. Y cuando apenas cuenta 19, pierde a su madre. Esta muerte le afectó mucho. "Prometí al Señor no poner jamás mi afecto en criatura alguna". Pero ya a sus 15 años había hecho voto de castidad.
Rafaela y Dolores intensifican su piedad y obras de caridad. Pasan un tiempo de reflexión en las Clarisas de Córdoba. Un virtuoso sacerdote, D. Antonio, las orienta. Entran en contacto con la sociedad de María Reparadora. Cuando la sociedad se traslada a Sevilla, ellas se quedan en Córdoba. Con la ayuda del Sr. Obispo, Fray Ceferino González, fundan el Instituto de Adoradoras del Santísimo Sacramento e Hijas de María Inmaculada.
Por incomprensiones del Sr. Obispo se trasladan a Andújar y de allí pasan a Madrid. Les acompañan 16 religiosas. Muere su protector, D. Antonio, y le sustituye el P. Cotanilla, jesuita, y el obispo auxiliar, doctor Sancha. Ha sido un víacrucis con muchas estaciones. Pero la nueva Fundadora, Madre Rafaela, lo acepta todo.
El primado de España, cardenal Moreno, les concede la aprobación diocesana en 1877. Por fin el Papa León XIII, el año 1887, aprobaba la Congregación con el nombre de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, y las Constituciones, inspiradas - y bien que le costó - en las reglas de S. Ignacio.
Pronto se multiplicaron las fundaciones de nuevas casas: obras de apostolado y adoración reparadora. En la base de todo estaba la continua oración, que la M. Rafaela vivía e infundía en sus hijas, y sus heroicas virtudes, sobre todo la humildad, tanto que alguien llamó a la Madre "la humildad hecha carne".
Surgen pronto las desconfianzas, las incomprensiones, el arrinconamiento, el largo y absoluto olvido. Graves dificultades que surgieron en el gobierno, la movieron a renunciar al generalato a favor de su hermana Dolores. Fue un largo y doloroso calvario. Estaba en la plenitud de su actividad, a sus 43 años. Es el grano de trigo que muere para fructificar. Y así pasa más de 30 años.
Es difícil comprender el aislamiento, duros trabajos y humillaciones por las que se le hace pasar. Y para explicar esta situación, se divulga la idea de que se ha nublado su razón. La Madre se abraza a la "locura de la cruz", y una vez más, calla, sin una queja, en su pasión. Dolorida, pero serena, recorre ese espinoso camino, sostenida sólo por Dios, que es su consuelo.
Sólo tres breves salidas hizo desde la casa de Roma, a Loreto, Asís y España, donde ni siquiera pudo visitar a su hermana en Valladolid, que vivía allí retirada también del gobierno de la Congregación, y "bajó de nuevo a su Nazaret", para seguir allí hasta la muerte, sirviendo en el silencio. Ni su director podía comprenderla y consolarla, pues hasta ignoraba que ella fuera la Fundadora. Pasaba muchas horas ante el Santísimo de rodillas, lo que le causó una enfermedad en las rodillas. Se fue consumiendo poco a poco. El Año Santo 1925 descansó en los brazos del Padre. Comprobada la heroicidad de sus virtudes, fue beatificada en 1952. Más tarde fue canonizada.