San Pascual Bailón

Dentro de la España del siglo XV, recién salida del agobio musulmán, quiso Dios suscitar para sí un nutrido plantel de santos, Ignacio, Javier, Teresa, Juan de Ávila, Juan de la Cruz...), que hacen del Siglo de Oro de las letras español un siglo aún más brillante en su espiritualidad.

En este mundo, en el seno de una humilde familia, nació un domingo de Pentecostés (17 de mayo de 1540), en el pueblo aragonés de Torrehermosa, en la diócesis de Sigüenza, hijo de Martín Bailón e Isabel Jubera, pobres colonos, y hasta los veinte años fue un extraño pastor que llevaba en el zurrón una breve biblioteca de libros piadosos y bajo la cruz del cayado una imagen de la Virgen tallada en madera.

Apenas era capaz de valerse por si mismo (1547), cuando hubo de ayudar a la escuálida economía hogareña con su propio trabajo como pastor. En este menester continuaría por diecisiete años, hasta que, a sus veinticuatro, ingresó como hermano lego en la Orden franciscana en el convento de Nuestra Señora de Loreto (Valencia).

La pobreza, que lo acompañó desde su cuna, no fue para él carga pesada sino dulce regazo que buscaba siempre con amor, aun cuando para conseguirla fuera necesario renunciar a la herencia que quiso legarle su acaudalado amo. Vestido ya con la túnica franciscana, que recibiría el cilicio que oprimía su carne Pascual mendigaba en beneficio de sus hermanos por los pueblos levantinos o se ocupaba de otros oficios sencillos dentro de su convento, como hortelano, cocinero o portero.

Una vez concluida su tarea y recogidas las sobras de comida para sus otros hermanos - los pobres - se entregaba a la más grata de sus labores: la oración. «Pasaba todo el tiempo posible en adoración ante el Santísimo Sacramento», escribe su Superior. A veces los impulsos de amor que inundaban su alma en esta oración le llevaban a danzar ante la admiración - y, con frecuencia, la incomprensión - de cuantos le veían.

Pero no sólo eran danzas, también sacaba de esa oración la suficiente doctrina como para rebatir los ataques de los herejes que impugnaban la presencia de Cristo en la Eucaristía.

Murió en el convento del Rosario de Villarreal de los Infantes, en tierras de Castellón, donde hoy se levanta en su honor un templo votivo eucarístico, en el momento de la consagración de la misa mayor el domingo de Pentecostés de 1592.

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