Asunción de María al Cielo

Para profundizar en el significado y contenido de este dogma nada mejor que leer y releer la encíclica Munificentissimus Deus por la cual el Papa Pío XII el día 1 de noviembre de 1950 declaraba este dogma de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos.
Festejamos con alegría la gloriosa Asunción de María el mismo día en que se dedicó en Jerusalén una de las primeras iglesias erigidas en honor de la Madre de Dios (siglo V), el día 15 de agosto. Bajo el título de la Asunción celebramos la maravilla que obró Dios al hacer que la Inmaculada Madre de Dios «al final de su vida terrestre, fuera elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo», como definió el papa Pío XII (1950).
La Asunción de María es una derivación de su Maternidad divina: Dios «quiso que no conociera la corrupción del sepulcro la mujer que concibió en su seno al autor de la vida». De igual manera que la maternidad divina supuso una gracia para el mundo entero, así también su Asunción personal inicia la asunción de la humanidad a Dios. La mujer, cuya «figura Portentosa aparecida en el cielo» vio San Juan, es a la vez María y la Iglesia: «figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada». María «es consuelo y esperanza del pueblo, todavía peregrino en la tierra». Al contemplar a María, que «triunfa con Cristo para siempre», pedimos a Dios por su intercesión la gracia de «participar con ella de su misma gloria en el cielo». Sabemos que, al igual que María, llevamos en nuestros cuerpos, que son templos del Espíritu Santo, el germen de la eternidad.