San Félix de Nola

Conocemos su vida gracias a la devoción de san Paulino, el obispo poeta que un siglo y medio más tarde se preocupó por recoger todas las informaciones posibles acerca de aquel venerado taumaturgo.
Hijo de un soldado de origen sirio, Félix era sacerdote en Nola, cerca de Nápoles, y durante la persecución de Decio fue encarcelado hasta que un ángel rompió sus cadenas y pudo salir por entre la dormida guardia guiado por el mensajero celestial. Entonces fue en busca del obispo Máximo, muy anciano y enfermo, y le ayudó a encontrar un refugio hasta que pasara el peligro.
En una nueva persecución, quizá la de Valeriano, confiscaron todos los bienes de Félix, y de él se cuentan anécdotas sobrenaturales y divertidas que ponen una nota de colorido pintoresco en su historia: los soldados que le interrogan sin reconocerle, el fugitivo perseguido de cerca que se esconde en un edificio ruinoso metiéndose por una grieta que tapa instantáneamente una tupida telaraña.
Aunque sin duda lo más atractivo de Félix está en el último episodio de su vida, cuando cesan las persecuciones, porque es cuando manifiesta una humildad y una sencillez que nos conmueven más que sus milagros. Al morir Máximo quieren hacerle obispo, y él se niega, le dicen que puede reclamar sus bienes y se niega también, ya que no quiere recuperar lo que perdió por Cristo.
Y así, el que había estado a punto de ser mártir y era ya famoso por sus milagros, hasta su muerte sigue siendo un presbítero pobre sin ninguna distinción, porque le gusta pasar inadvertido viviendo con toda naturalidad para el servicio de las buenas gentes de Nola, feliz, como su nombre indica, de ser un sacerdote más.