Eladia Magaña Latorre

A mí me lo hicistéis.
- Mt 25 -

Tres hermanos le precedieron en su nacimiento, los tres volaron rápidamente al cielo. Su madre, mujer de profunda fe, le pidió con gran insistencia a la Virgen el regalo de una hija que se la consagraría a su amor y a su servicio. Y la Virgen Madre, no la defraudó. El 18 de febrero de 1892, nacería en la villa de Fitero la hija que tanto había deseado y que colmó todos sus sueños. Ocho años después, muere el esposo y Dña. Valentina, su madre, se consagró totalmente a la educación de la hija. Para ello trabajó, consiguiendo los medios económicos necesarios para que adquiriera una cultura lo más amplia posible, para aquel tiempo, y el perfeccionamiento en labores y en música.

Desde muy pequeña, se vio adornada de una gran bondad y una clara inteligencia. Cuando en ella afloró la vocación religiosa, su madre la ofreció gozosa al Señor. En la hija le daba todo lo que tenía.

Ingresó en la Congregación el 29 de junio de 1911, cuando contaba 19 años, con sus tres eses: salud, sencilla, y sentido común. Las tres le acompañaron hasta los últimos días de su vida, de modo particular la sencillez y el sentido común, que ha sido este último, una de las cualidades naturales que más ha brillado siempre en M. Eladia. A esto unía la firmeza de sus convicciones religiosas y en su vocación de Hermana de la Caridad de Santa Ana.

El 18 de septiembre de 1911, vistió el hábito, iniciando el primer año de Noviciado consciente de la importancia que esta etapa tenía para su vida. ¡Cómo abrían su alma, las conferencias del P. Juan Buj, a horizontes infinitos y el acompañamiento de su Maestra de Novicias! En el segundo año, salió unos meses al Sanatorio del Rosario. Allí volverá después de emitir los primeros votos y será aquí donde transcurrirá gran parte de su vida en la Congregación. Se la destinó a la portería y como era la más pequeña de las tres Hermanas encargadas de este servicio, se echará mano de ella para tapar agujeros, ¡y con qué gozo lo hacía!. Otra temporada estuvo en la vaquería, presenciando el reparto de la leche por los hombres encargados de ordeñar las vacas, cumpliendo su cometido con serenidad y responsabilidad.

En 1915 sacó el título oficial de enfermera y en 1923 quedó como responsable de la portería y de la administración del Sanatorio, con Hna. Josefina Raz como auxiliar. En ambos trabajos se puso de manifiesto su prudencia y discreción, sobre todo en el trato con los médicos, personal de servicio y con los propios enfermos y sus familias. A todos acogía con mucha caridad y agrado.

En 1934, fue nombrada Superiora del Sanatorio. Lo primero que hizo fue imponerse en todos los oficios de la casa, aprendiendo a guisar. Así pudo organizar los servicios con claro conocimiento de lo que cada uno de ellos exigía, logrando una coordinación perfecta y un mejor rendimiento de todos los trabajos. De hecho, los enfermos y familias salían admirados del clima que reinaba en el Sanatorio y elogiaban la delicadeza y el amor con que les realizaban los servicios, el orden, la puntualidad en las comidas y medicinas y el ambiente de piedad.

Su gran campo de acción fue la Comunidad y, en ella, tuvo una dedicación especial a las Hermanas jóvenes. A ellas consagraba parte de su tiempo. Las reunía un día a la semana y durante una hora les hablaba de su vocación, de sus exigencias y cómo proyectar la caridad hecha hospitalidad en el servicio a los enfermos, en quienes Cristo estaba presente, y cómo tenían que acercarlos a Él. Este mismo interés tenían que poner en el trato con las familias. Fruto de esta labor fueron las conversiones que se lograron. Como medios les insistía en la necesidad de la oración y del sacrificio. Sólo llevando a Dios en el corazón, les decía, podían darlo a los enfermos a través de todos los servicios que les hacían. Este era el ejemplo que les daban las Hermanas mayores: Parcas y sobrias en palabras eran largas en sus obras. Sabían intuir necesidades que los enfermos no expresaban, pero que una enfermera siempre atenta a la voz del Espíritu que habita en ella, sabe adivinar con la luz que Él les da. De aquí, la importancia de vivir en la santa presencia de Dios. Lo que le quemaba por dentro era la gloria de Dios y la salvación de las almas y esto era lo que quería contagiar a las Hermanas para que salieran los enfermos confortados en su espíritu por el trato que recibían.

El 14 de abril de 1931, se proclama la II República en España. Los años que sucedieron a esta fecha, fueron muy difíciles para la Iglesia y las instituciones eclesiales y se agravaron al estallar la Guerra Civil el 18 de julio de 1936. España quedó dividida en dos zonas. A Madrid le tocó la zona republicana o zona roja. El Colegio de Médicos se incautó del Sanatorio echando a la Comunidad a la calle. M. Eladia colocó a las Hermanas que pudo como sirvientas o enfermeras en familias conocidas. Dos grupos pequeños pudieron alojarse en dos pisos libres que les cedieron y M. Eladia con las Hermanas enfermas y ancianas se refugiaron en una pensión. Como bombardeaban sin cesar esa zona, el dueño cerró la casa y se fue al sótano de una cervecería lleno de cebada y habitado por una plaga de ratas y bichos. Ellas le siguieron y allí pasaron la noche... ¿Qué hacer? Al enterarse Dña. Carmen Pérez de Garchitorena les forzó a que se quedasen las siete Hermanas en su casa, con las tres que ya había recibido antes. Fue una providencia en aquellos días tan difíciles. M. Eladia vio morir con dolor a dos de sus hijas y a dos Hermanas más del Hospital de San Juan de Dios y a la misma Dña. Carmen que con tanta caridad las había acogido. Era de Calatayud y se desvivió por todos.

M. Eladia vivió pendiente de todas las Hermanas en esos aciagos días. A la Superiora del Hospital de San Juan de Dios que peligraba, logró colocarla en una embajada y a un buen número de Hermanas les proporcionó el paso a la zona nacional. Ella se quedó en la brecha hasta el fin. Esta presencia permanente de la Madre y su preocupación por cada una, hizo que no sufriera quiebra ninguna vocación. Se encontraba con las Hermanas siempre que podía y les repartía la comida que tenía. Le ayudó en estas visitas la Hna. María Albiac. Logró tener en casa de Dña. Carmen la reserva del Santísimo, en quien encontraban la fortaleza para todo y, a partir de 1938, tenían misa diaria en un ambiente de catacumbas.

A finales de marzo de 1939, entró el ejército nacional en Madrid apoderándose de la ciudad y el 1 de abril, terminaba la guerra. El 29 de marzo, acompañada de un abogado, M. Eladia reclamó el Sanatorio a los que lo habían estado ocupando hasta ese día. Los nacionales les obligaron a evacuarlo y de momento lo dedicaron a Hospital de urgencias. En diciembre, quedó libre y en poder de la Comunidad que tuvo que dedicarse de lleno a su limpieza y rehabilitación, reponiendo las instalaciones y aparatos quirúrgicos deteriorados. Los destrozos fueron muchos pero de momento pudo empezar a funcionar.

M. Eladia siguió de Superiora hasta el 1 de febrero de 1947 en que fue destinada, con este mismo cargo, al Hospital de San Juan de Dios en Madrid, por un tiempo mínimo ya que en el Capítulo General de agosto de 1947, fue elegida Vicaria General, incorporándose a los trabajos del Consejo General en Zaragoza el 16 de octubre de 1947 y ocupándose, además, como Superiora de la Comunidad de Profesas que está al servicio de la Casa General.

Con la paz y armonía que siempre supo irradiar, se entregó al trabajo del Consejo y a su misión de Superiora de la Comunidad. Su comprensión y su paciencia era grande con las Hermanas que pasaban situaciones difíciles y de modo especial con las que tenían determinadas deficiencias psíquicas o resultaban difíciles en el trato. Amante de la verdad, no disimulaba el fallo a corregir, pero lo hacía poniendo el acento en lo que de positivo tenía el esfuerzo a realizar, y les ayudaba a la conquista del propio yo.

En el XIV Capítulo General, el 25 de agosto de 1953 fue elegida Superiora General con gran confusión suya, pues muchas veces repetía que era la menos preparada para desempeñar este cargo. No contaba con títulos académicos, pero poseía una gran fe en Dios y unas luces naturales que le dieron el acierto en los problemas que tuvo que resolver en los años de su generalato. 

Después de la etapa de purificación que la Congregación sufrió por causa de los escritos, la etapa de M. Eladia fue, como dicen las crónicas, un oasis de paz y de ventura. Tanto dolor dio como fruto una gran floración de vocaciones y, desde el silencio, se ahondaron los valores evangélicos de entrega y generosidad, de humildad y sencillez, de caridad y hospitalidad, alimentados con una profunda vida interior de oración y adoración eucarística, viviendo la santa presencia de Dios. La Congregación siguió creciendo en número de Hermanas y en fundaciones, derramando el bien con el ejercicio de la caridad a manos llenas en favor de tantos necesitados, pobres y desamparados que participaban de sus servicios.

Al servicio de esta misión supo poner fe honda en el Señor, su confianza y abandono en Él y los dones naturales que Él le regaló: inteligencia, talento práctico, serenidad de espíritu y su capacidad de escucha que hacía posible siempre un diálogo fluido, donde todas se podían expresar con libertad y en el que se buscaba, ante todo, el querer de Dios aceptando su voluntad sin que nadie quisiera hacer prevalecer sus criterios. Siempre exponía sus opiniones con suavidad, sin apasionamiento, sin dar señales de disgusto si no eran aceptadas.

En los doce años de generalato, se puso de manifiesto su gran prudencia, su discreción, su don de gentes, la magnanimidad en perdonar, la caridad que desbordaba de su gran corazón, la generosidad que le hacía darse y dar sin tasa, no teniendo nada suyo.

Con M. Felisa tuvo un trato exquisito y delicado. Quedó viviendo en la Casa General al dejar su cargo, no queriendo M. Eladia que dejara de ocupar la celda y el despacho que tuvo mientras fue general. En los cuatro años que vivió, la colmó de atenciones, cuidados y cariño.

En el XVI Capítulo General celebrado el 27 de agosto de 1965 dejó de ser Superiora General y quedó como Superiora de la Comunidad de Profesas, por petición de las Hermanas. Fue otro momento importante en el que puso de manifiesto su prudencia exquisita, manteniéndose al margen de toda la dinámica del Consejo General, acogiendo con interés y sencillez sus puntos de vista en los asuntos generales de la Casa. Terminado el sexenio de Superiora de la Comunidad, a sus 79 años fue destinada a la portería. ¡Con que diligencia salía a abrir la puerta cuando oía el toque de la campanilla! Cuando empezó a fallarle la agilidad de las piernas lo expuso y pidió le destinaran a la limpieza de la verdura donde permaneció muchos años. 

Consciente de que el momento de encuentro con el Señor se iba acercando día a día, vivió sus últimos años en la espera gozosa del Señor, con plena lucidez y mucha paz. El 24 de julio de 1990, dos días antes de la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, se nos fue para el cielo como de puntillas, para no nublar lo que de festividad y alegría conlleva en nuestras comunidades la celebración de la solemnidad, para nosotras, de nuestros Santos Patronos. Tenía 98 años de edad y casi 80 de Vida Religiosa.

Durante su Generalato:

  • Se pone en pleno funcionamiento, un nuevo modo de gobernar el Consejo General, en comunión con los Consejos Provinciales y de Vicariatos.
  • Se edita en 1954 el Directorio y Costumbrero relativo a las Constituciones de 1952, que recogen toda la TRADICIÓN y tradiciones que vivía la Congregación desde su nacimiento. Nos dan luz sobre el pasado y nos ayudan a profundizar con más fuerza en los valores que las Hermanas nos transmitieron con su vida.
  • Madre Eladia, orientada por Mons. Laboa y el Cardenal Cicogniani, compromete a Don Ignacio Tellechea para realizar el estudio histórico de la Congregación, y desbloquear el proceso de beatificación de M. Ràfols 
  • Sigue el crecimiento progresivo de vocaciones y la expansión a nuevos países y en la misión ad gentes.
  • Se inicia una nueva reestructuración del proceso formativo de las Hermanas, que exige, en respuesta a los nuevos tiempos, una mayor preparación teológica y espiritual, acompañada de tiempos de silencio, de reflexión y oración, por lo que se introduce, en el proceso de formación, la Tercera Probación, a realizar en la Casa General para todas las Hermanas que, cada año, se preparan a la Profesión Perpetua. Esto permitió que las Hermanas de fuera de España, por primera vez, pudieran acercarse en este momento tan importante de su vida a los lugares, para nosotras sagrados, donde la Congregación nació y donde reposan nuestros Fundadores y las Primeras Hermanas que iniciaron la maravillosa aventura de hacer presente, en todos los tiempos y lugares, el amor y la misericordia entrañable de Dios .
  • Estos nuevos tiempos exigen, también, una formación profesional en las Hermanas más de acuerdo con los avances en todas las ramas de la ciencia y de la tecnología, y, en el campo de la educación, con el nuevo modo de ser del hombre que empieza a emerger en la modernidad.

(Hna. Mª Luisa Ferrero Arner, "Y la semilla dio fruto II", págs. 176-180)

¡DESCANSE EN PAZ!

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