Mª Encarnación Llona Lavin

A mí me lo hicistéis.
- Mt 25 -
Nace en Bilbao el 16 de octubre de 1892, en el seno de una familia profundamente cristiana. Cursó estudios en la Escuela Superior de Magisterio de Madrid. Fue alumna de intelectuales tan conocidos como Besteiro y Ortega y Gasset. Una anécdota en esta etapa de estudios superiores, nos da idea de la talla intelectual, y de la gran inteligencia y memoria prodigiosa, de esta joven universitaria.
Cuando el profesor Ortega y Gasset volvió de Alemania, empapado en las corrientes de filosofía y metafísica que dominaba la clase alta del pensamiento europeo, propuso a los alumnos un trabajo de tesis de gran altura filosófica. En la clase siguiente preguntó si alguno de los alumnos era capaz de sintetizarla. Empujada por sus compañeros de clase, María de Llona repitió textualmente lo que había explicado, sin haber tomado ningún apunte, acentuando la problemática que encerraba con una penetración tan profunda que el profesor confesó que se encontraba ante un caso extraordinario y, desde ese día, no le exigió, para darle la máxima calificación a final de curso sin hacerle ningún examen, más que la asistencia y atención en la clase.
Entró en la Congregación en 1915, cuando estaba al frente de la cátedra de Química en la Escuela Normal de Huesca. Fue una educadora por vocación y formación. Su gran mérito estuvo en haber sabido impregnar su potencial educativo del estilo congregacional, nacido de su carisma de Caridad hecha Hospitalidad hasta el heroísmo, que tiene a la persona como centro a quien amar y servir con toda delicadeza, con el mayor detalle... con humildad, desprendimiento, mansedumbre y sencillez, la sencillez evangélica que veía en las Hermanas del Colegio de Huesca, donde se hospedaba, y que tanto le cautivó, influyendo en su decisión para entrar en la Congregación. Había estudiado, además, otras carreras como comercio, magisterio y piano.
Le costó romper con el entorno de prestigio social que le rodeaba, con un porvenir abierto y una cátedra en plena juventud. Tenía estrecha amistad, que siempre mantuvo, con Mª Josefa Segovia, la fundadora, con Don Pedro Poveda, de la Institución Teresiana, y le costó renunciar a los caminos que siguió Mª Josefa, porque, en el fondo, esa docencia de altura universitaria le iba y le tiraba fuerte. Pero sentía la llamada de Dios hacia lo humilde y sencillo. Y se quedó en Santa Ana.
Sus alumnas la describen con una personalidad recia y vigorosa. Fuerte en el sufrimiento y austera consigo misma, de voluntad férrea, de alegría comunicativa y de afectividad profunda y fiel pero controlada por un equilibrio emocional admirable. Su trato sencillo y familiar, abierto y de gran simpatía hacía que todos los que la trataban la quisiera. Conjugaba la flexibilidad y la comprensión con la defensa de la verdad, del bien y de la justicia.
No se arredraba ante las muchas dificultades a las que tuvo que enfrentarse en su vida. Experimentó el hundimiento del negocio de sus padres, pasando de una situación económica de holgura a la de estrechez. Tuvo que empeñar hasta sus joyas y, sin embargo, cuando se convenció de que Dios la quería para Él, ya no volvió la mirada hacia atrás. No le detuvo ni la parálisis de su padre a quién amaba con ternura. Se entregó totalmente al Señor y se fió de Él. Y el Señor no le defraudó. Su padre estuvo atendido maravillosamente hasta su muerte. Tan totalmente se entregó, que renunció, antes de iniciar su noviciado, a su cátedra y al bienestar y seguridad que ésta le garantizaba.
Como educadora, su ideal era formar la mujer fuerte de la Sagrada Escritura: cristianas de corazón fuerte y animoso, de conciencia delicada que supone fe firme, vigor de juicio y carácter para hacerlas capaces de hacer frente a las necesidades y dificultades de la vida, de comprometerse apostólicamente en su propio ambiente y en hacer el bien siempre, convencida de que la mujer tiene un papel fundamental en el hogar, en la educación de los hijos y transmisión de la fe.
Promovía la educación integral y personalizada. No le gustaban las masas porque en la masa se diluye la responsabilidad.
En cuanto al sistema pedagógico, decía que el nuestro era sencillo, evangélico, según el estilo de la Congregación, pero cargado de ambiciones: Todas las almas y el mundo entero para Cristo por el amor y el sacrificio. Cristo mejor conocido, servido y amado. Cristo viviendo en nosotras y en nuestras niñas, en todos los que nos rodean....Y junto a Jesús, MARÍA, que encarna el ideal de lo que Dios quiso de la mujer y marca el camino para lograrlo.
Este sistema descansaba sobre dos principios básicos nacidos del Evangelio de Jesús y que nuestros Fundadores, con tanta fuerza se sintieron llamados a vivir: Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis y Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Por eso nos insistía que teníamos que querer mucho a las niñas, a todos los alumnos, y sentir por ellos un gran respeto y una gran veneración, acercándonos a ellos como de puntillas... con el alma de rodillas, porque son templo del Espíritu Santo y lo más querido del Corazón de Cristo. No olvidéis, nos decía, que el amor al niño y la conquista de su cariño, es el secreto capital de la tarea educadora, para hacerles todo el bien que queréis hacerles.
Respecto a la formación intelectual insistía en que era muy importante preparar muy bien la lección a explicar, pero que la exposición clara de una verdad, no es suficiente. En ella ha de haber transmisión de vida o lo que es lo mismo, el aliento del corazón que en su contacto diario con las alumnas, sus joyas, va encendiendo luces que no se apagan jamás: lección que brota de labios sin fuego en el corazón, es lección seca, estéril y muerta. Todo debe ir transido del aroma de grandes pensamientos y elevados deseos.
Sembrar ese conjunto de pensamientos y de ideas madre – poniendo vida - es nuestra principal tarea educativa.
Insistía, también, en que la obra educativa debe estar apoyada en estas dos firmes columnas: autoridad y libertad. Autoridad como seguridad para el niño, y libertad porque la cohibición y la regularidad absoluta y mecánica matan la espontaneidad y anulan la personalidad.
Quería entrañablemente a sus alumnas y ayudaba de manera particular a las menos dotadas dentro y fuera de la clase, elevando siempre su moral. Distinguía entre las que no querían esforzarse y las que no podían. Igualmente se preocupaba por las que tenían menos posibilidades económicas. Trabajó para que, en nuestros colegios, la integración de todas las clases sociales fuera un hecho, con la condición de que nadie en la casa, salvo la superiora y la administradora, supieran que niñas eran gratuitas.
En cuanto a la formación religiosa, nos insistía en la necesidad de cultivar en las niñas la interioridad, aún en las más pequeñas, porque el Espíritu Santo mora en ellas. De sus clases de formación y de sus charlas los primeros viernes de mes, pequeñas y mayores salíamos enfervorizadas. Sus palabras penetraban muy adentro porque procedían de sus hondas convicciones.
Amaba entrañablemente a la Congregación. Sabía ver sus luces y sus sombras. Valoraba hechos y personas, pero también llamaba valientemente la atención para que hubiera una constante superación en las Hermanas como mujeres, cristianas y religiosas. Este amor no le impedía apreciar, con gran sentido de Iglesia, los valores de otros Institutos. En este aspecto fue profeta, adelantándose a su tiempo en la Pastoral de Conjunto. Su relación con las Religiosas de otras Congregaciones fue tan cordial que la eligieron por unanimidad presidenta de la Delegación de lo que entonces se llamaba F.A.E. (Federación de Amigos de la Enseñanza) y que hoy llamamos F.E.R.E.
Desde que entró en la Congregación, su gran empeño fue la promoción constante de las Hermanas en todos los aspectos: espiritual, humana y profesional, según los ministerios de cada una.
Cuando Hna. María, fue destinada al Colegio de Santa Ana de Zaragoza, al terminar su noviciado, casi todas las niñas hacían cultura general, con labores, bordados, piano y francés. Enamorada de su vocación educadora, fue convenciendo a los padres para que sus hijas salieran del Colegio con una carrera, estudiando Magisterio en la Escuela Normal de Zaragoza. Un grupo de ellas lo iniciaron en 1920, acudiendo por la mañana de 7,30 a 1 de la tarde a la Escuela Oficial de Magisterio y por la tarde seguían su preparación con Hna. María en el Colegio. Todas sacaron con muy buenas notas las oposiciones. Para ella, estas alumnas maestras eran los verdaderos agentes multiplicadores de promoción cultural e irradiación apostólica por un sin fin de escuelas oficiales en pueblos y ciudades. Hna. María de Llona las consideraba como una proyección e irradiación del propio Colegio. Siempre cultivó con especial empeño la formación, en nuestros Colegios, de alumnas maestras.
La huella que dejó en sus alumnas fue extraordinaria y una muestra de ello es el número elevado de esposas y madres profundamente cristianas que se formaron en el colegio, otras, célibes, fueron verdaderos apóstoles en la escuela, en el trabajo, en la parroquia... y un número elevado la siguieron en la vida consagrada. A todas las llevó en su corazón hasta su muerte.
Al Señor le había ofrecido todo, su prodigiosa memoria, su luminosa inteligencia, todo su ser... Más de una vez había dicho que al final de su vida perdería sus facultades, aceptándolo ya con antelación y ofreciéndoselo al Señor con todo su corazón. Casi en las vísperas de la Navidad, el 19 de diciembre de 1969, se nos fue silenciosamente a celebrarla en el cielo.
Tenía 77 años de edad y 53 de Vida Religiosa. Pertenecía a la Comunidad de Hermanas Profesas de la Casa General.
(Hna. Mª Luisa Ferrero Arner, Y la semilla dio fruto II, págs. 180-183)
¡DESCANSE EN PAZ!