Estefanía Esandi Ollobarren

Yo soy la Resurrección y la Vida.
(Jn 11,25)
El día 1 de Febrero de 2007, M. Estefanía descansaba al fin en los brazos del Padre, en Quien había confiado plenamente durante toda su vida. Una semana antes comentaba: “Cuando muera, no empecéis a escribir historias ni biografías sobre mí. Sólo tenéis que decir dos cosas: que quise mucho a la Congregación y que fui muy feliz en la vida religiosa.”
Sentimos no poder respetar su deseo, pero tenemos muchas cosas más que decir sobre esa admirable mujer, cuya vida forma ya parte de la historia de la Congregación.
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M. Estefanía Esandi nació en Dicastillo (Navarra), el 22 de Diciembre de 1918, en el seno de una familia profundamente religiosa. Fue la tercera de siete hermanos y en el hogar aprendió, desde muy pequeña, a valorar y a vivir las virtudes humanas y cristianas. Sus padres, Bernardino y Luisa, supieron inculcar en sus hijos el amor al trabajo y a la austeridad de vida.
Vivió una infancia feliz, rodeada de sus hermanos y un grupo de chiquillos amigos, a los que siguió muy unida durante su adolescencia y juventud. Entre ellos se encontraba el que luego sería famoso escultor, Pablo Serrano, que años más tarde esculpiría los bustos de los Fundadores, M. María Ràfols y P. Juan Bonal, que se encuentran en la Casa General.
Por influencia de su tía, la M. Eufemia Esandi, miembro del Consejo General, cursó sus estudios de Bachillerato en el Colegio de Santa Ana, en Zaragoza. Su carácter alegre y abierto y su desbordante simpatía la convirtieron en una amiga muy querida no sólo de sus compañeras de edad, sino también de pequeñas y mayores. De sus profesoras de esta época guardó siempre un grato recuerdo. La figura de M. María de Llona especialmente, causó en ella un gran impacto, influyendo decisivamente en su posterior vocación educadora.
Dios se hizo el encontradizo con ella de un modo aparentemente casual. Un día, navegando por el pantano de Alloz con su grupo de amigos, fueron arrastrados hacia un fuerte remolino. La barca parecía hundirse irremisiblemente a pesar de los esfuerzos que hacían todos para impedirlo. Entonces ella sintió el impulso de hacer una promesa. En aquellos momentos en que parecían ser los últimos de su vida, un pensamiento que, tal vez, ya había cruzado varias veces por su mente, fue acogido en su corazón y hecho promesa: si salían sanos y salvos de aquella aventura, sería religiosa.
Sus padres, superando el dolor de la separación, aceptaron de buen grado su voluntad. Era la segunda hija que se marchaba de casa, ya que unos años antes su hermana Eufemia había entrado también en la Congregación de Hermanas de Santa Ana.
El 21 de Noviembre de 1936, sin haber cumplido aún los dieciocho años, inició la Prueba en la Inclusa de Zaragoza, donde permaneció hasta Marzo de 1937 en que vistió el hábito y comenzó el periodo de Noviciado. Durante este tiempo, empezó a vivir su consagración religiosa con el estilo que la caracterizaría ya siempre: era dispuesta, alegre, decidida, entregada y, sobre todo, profundamente espiritual. Sin embargo, en estos años felices del comienzo de su vida religiosa, pasó por una dolorosa prueba. Su hermana Eufemia, que estaba en la Comunidad de Calatayud, cayó gravemente enferma. Fue trasladada al Noviciado de Zaragoza, donde murió poco después. Esta experiencia le enseñó a mirar la muerte cara a cara, aceptándola a partir de entonces como compañera de la vida.
Sin hacer la Profesión Temporal, fue enviada al Colegio de Tarazona (Zaragoza) para ayudar a las Hermanas en las clases. El 15 de Marzo de 1939 hizo sus primeros votos en el Noviciado, continuando en Tarazona hasta 1941, año en que fue destinada a la Prisión de San Sebastián. Sin embargo, su salud empezó a resentirse a consecuencia de la escasez y la mala alimentación en los años de la posguerra. En San Sebastián permaneció sólo unos meses. Fue enviada a la Escolanía de Lasao (Guipúzcoa) para reponerse y luego a las Escuelas de San José, en las afueras de Zaragoza, donde tenían campo y huerta. Pero su salud no mejoraba. Al año siguiente, en el verano de 1947, los médicos le recomendaron los aires del mar y fue enviada a Valencia, donde cada tarde marchaba a la playa de la Malvarrosa, buscando en la brisa y en el yodo del mar esa salud que le faltaba. Como el clima le probaba, decidieron que se quedara en Valencia. Y comenzó su andadura en el Parque-Colegio.
Fue un tiempo que ella recordaría siempre con inmenso cariño: aquellos primeros años de Bachillerato libre con un puñado de alumnas, los estudios para terminar su carrera, el reconocimiento oficial del Colegio, el auge del internado cada vez más numeroso, su nombramiento como Directora del Centro... Se entregó, a partir de entonces, más plenamente aún si cabe, a su labor docente, dando clases, impulsando las obras de reforma del Colegio, creando la Asociación de Padres... e incluso dirigiendo tandas de Ejercicios Espirituales a las alumnas. En medio de toda esa actividad, vivía la presencia de Dios Padre junto a ella. Valoraba el silencio y pasaba largos ratos en la Capilla, arrodillada ante el Sagrario.
En el año 1965 fue nombrada Superiora Provincial de la Provincia del Inmaculado Corazón de María. A partir de entonces y durante casi cuarenta años serviría a la Congregación desde cargos de gobierno.
En 1969, cuando aún no habían pasado los seis años de mandato canónico, le llegó el nombramiento como Superiora Provincial de la Provincia del Sagrado Corazón. Supuso para ella un inmenso sacrificio dejar Valencia, donde había pasado veintidós años, vividos día a día, con toda la ilusión y la fuerza de sus años jóvenes. Marchó a Madrid, sin embargo, remansando en su alma el eco de las necesidades de la Congregación. En esos momentos de renuncia supo mantener su corazón como el mar, como ese mar querido de Valencia, constante frente al acantilado, sin que la tempestad del momento turbara su paz profunda. Y emprendió de nuevo su tarea con renovada ilusión, sin perder tiempo ni energía en inútiles lágrimas de nostalgia. En Madrid desempeñó también el cargo de Presidenta de la FERS y, al finalizar su mandato, en 1976, fue nombrada Superiora de la Comunidad del Sanatorio del Rosario. Sin embargo, sólo estuvo un año, ya que en el Capítulo General de 1977 fue elegida Superiora General de la Congregación.
Desde el principio de su gobierno tuvo un objetivo muy claro: que la M. Ràfols volviera a la “causa de los santos”. Consiguió de Monseñor Elías Yanes, Arzobispo de Zaragoza, de todos los demás Obispos aragoneses y de numerosos Obispos españoles de otras diócesis donde prestaban sus servicios Hermanas de Santa Ana, que escribieran una carta postulatoria al Papa, pidiéndole el levantamiento del “dilata sine die” que pesaba sobre el proceso. Por fin, después de tres años de gestiones, el día 4 de Diciembre de 1980, Juan Pablo II revocó el Decreto por el que se había interrumpido en 1944 la causa de Beatificación de la M. Ràfols.
En estos seis años de gobierno, impulsó también, en 1979, la celebración del 175 Aniversario del nacimiento de la Congregación y en 1981 el Bicentenario del nacimiento de la M. María Ràfols. Con motivo de esta conmemoración, le encargó al prestigioso sacerdote y periodista José Luis Martín Descalzo que escribiera una biografía de la Fundadora, basada en documentos históricos. Y en 1981 se publicaba “El verdadero rostro de María Ràfols”. En ese mismo año se aprobaron las Constituciones de la Congregación después de un profundo trabajo de estudio y revisión. El 28 de Diciembre de 1982, le fue ofrendado a la Virgen del Pilar un hermoso manto de seda roja bordada en oro, con el nombre de la Congregación y la inscripción “Junto a Ti nacimos, crecimos y estamos”. M. Estefanía añadió: Que así sea para vosotras, para mí y para las que han de venir, en una Navidad sin fin, desde este Pilar Santo.
Después de su reelección para otros seis años en el Capítulo General de 1983, se marcó como objetivo impulsar la figura del P. Juan Bonal, fundador de la Congregación junto con la M. María Ràfols. En Octubre de ese año, abre la Casa General a las cámaras de TVE para grabar el programa “Pueblo de Dios”, que se emitió en Noviembre, presentado y dirigido por José Luís Martín Descalzo, dando a conocer la vida de los Fundadores y la trayectoria de la Congregación desde sus comienzos.
Después del Capítulo General de 1989, con el que finalizaba su segundo sexenio, volvió de nuevo a la Provincia del Inmaculado Corazón de María, siendo destinada al Colegio de Algemesí, en Valencia, como Superiora de la Comunidad.
El camino emprendido durante sus años de Superiora General de la Congregación, su tesón, esfuerzo y anhelo, dieron como fruto, en Octubre de 1994, la Beatificación de la M. María Ràfols. La M. Julia Lumbreras tuvo la delicadeza de hacerla partícipe, junto a ella y a las Hermanas del Consejo General, de esos momentos tan largamente esperados.
Al año siguiente, M. Estefanía pasó por todos los Claustros de los Colegios de la Provincia para tener Encuentros con los profesores y dar unas charlas sobre las “Líneas Pedagógicas congregacionales”, sacadas tanto de la vida de la M. Ràfols y de las primeras Hermanas como del “Cuadernillo” del P. Juan Bonal, base de las primeras Constituciones que tuvo la Congregación. Pero su actividad no se limitó en este tiempo sólo a los Claustros de profesores. Habló también en Parroquias, Asambleas de Antiguas Alumnas, Asociaciones de Padres, familiares y amigos de la Congregación. Sus palabras manaban del corazón, del manantial que llevaba dentro, fruto de un profundo estudio de la historia y de los documentos de la Congregación y un entrañable amor a la figura de nuestros Fundadores.
El día 5 de Enero de 1998, las Hermanas reunidas en Capítulo Provincial, en la Casa de Espiritualidad de Teruel, la eligieron Superiora Provincial de la Provincia del Inmaculado Corazón de María. Acababa de cumplir 79 años. En su primera circular a las Comunidades de la Provincia escribía: El pasado día 5 de Enero, Víspera de la Festividad de Epifanía, tuvo lugar en la Sala de Reuniones de la Casa de Espiritualidad de Teruel mi proclamación como Superiora Provincial. Eran las once de la mañana. Hay horas que marcan acontecimientos en la vida de una persona. “Era la hora décima”, nos dice el Evangelio (Jn 1, 35-39), cuando Juan y Andrés fueron tras Jesús, vieron dónde vivía y estuvieron con Él aquel día. Y luego, esa hora ya quedaría marcada. Desde el momento en que terminó la votación, comprendí que esa hora marcaba un nuevo rumbo en mi vida.
Soy consciente de mis años. Estoy orgullosa de ellos y de la experiencia que me han aportado. Pero, en esa hora, experimenté un sentimiento que no sabría definir. Era una mezcla de asombro y duda, temor y desconcierto. Sólo a la mañana siguiente, día de Reyes, Epifanía del Señor, recobré la paz y el sosiego interior al leer y meditar las palabras del Evangelio del día (Mt 2), cuando los Magos de Oriente vieron la estrella y se pusieron en camino. No basta “tener buena estrella”. No basta que la estrella te indique el camino, invitando a partir. Hay que caminar como hicieron los Magos, aunque a veces se oculte la estrella y no se vea bien el sendero. Caminar buscando siempre a Dios, sin considerar distancias ni dificultades.
Queridas Hermanas, repito ahora para despedirme, las palabras que pronuncié ante la Asamblea Capitular en aquella hora de la mañana del 5 de Enero, las palabras de la fórmula de la Profesión, expresadas en nuestras Constituciones: “Acepto, quiero y me comprometo”.
Antes de cumplirse los tres años de su elección, presentó la dimisión al Consejo General por motivos de edad, aunque se encontraba perfectamente de salud. Pero las Hermanas del Consejo Provincial presentaron también una carta, solicitando que no se admitiera la dimisión por las siguientes razones:
- Por su autoridad moral y su gran experiencia de gobierno.
- Por su lucidez, claridad mental y capacidad de discernimiento.
- Por su amplio conocimiento de la Provincia.
- Por sus cualidades, fundamentales para el cargo: ser profundamente espiritual y, a la vez, profundamente humana.
Continuó, pues, hasta terminar el sexenio y en Enero de 2004, al finalizar su mandato, se quedó en la Comunidad del Parque-Colegio, donde aún continuó su actividad, trabajando en la Asociación de Antiguas Alumnas, con reuniones periódicas en un grupo de oración.
A principios de 2005 comenzó a tener molestias, a las que no concedía importancia, hasta que los síntomas, alarmantes (sangre presente de un modo continuo en la orina), la obligaron a comenzar las visitas médicas. Las pruebas revelaron un tumor en la vejiga, del que fue operada en Julio de ese mismo año. La biopsia resultó positiva y se inició un tratamiento consistente en sesiones de quimioterapia intracavitaria. Serían en total doce, una por mes. Su calidad de vida continuó siendo buena, pero al transcurrir el año, en Septiembre de 2006, tuvo que sufrir una nueva intervención. El tumor se había reproducido y estaba ocasionando la obstrucción de un uréter. En la operación extirparon, rasparon y limpiaron todo lo que pudieron, pero pronto volvieron a aparecer las complicaciones. Se le empezaron a formar pequeños coágulos de sangre que le producían como cólicos nefríticos, causándole tremendos dolores hasta que los expulsaba o le hacían lavados vesicales.
El día uno de Diciembre fue ingresada en la Casa de Salud. A partir de entonces comenzó para ella un calvario de dolor, malestar, náuseas... Un intenso sufrimiento que apenas aliviaban los calmantes que le aplicaban. Durante todo este tiempo, las llamadas y mensajes de aliento, recuerdo, oración y cercanía no dejaban de llegar de todas partes.
El 22 de Diciembre cumplió 88 años. Se pasó el día repitiendo Llévame, Señor, contigo, del Himno de Laudes “Estáte, Señor, conmigo”. Era consciente de su estado y sabía perfectamente que su vida estaba finalizando.
El 29 de Enero recibió el Sacramento de la Unción. En los últimos días había empeorado y, al preguntarle si quería recibirlo, asintió, casi sin fuerzas. Se la administró el Capellán de la Casa de Salud y estuvieron presentes las Hermanas del Consejo, así como Hermanas de la Comunidad del Parque y de la Casa de Salud. Fue un acto corto, sencillo y emotivo, que terminó con el canto a la Virgen “Mira la Estrella, invoca a María".
“Los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá” (Rom 8,18), nos decía la lectura de Laudes del Jueves 1 de Febrero. Ese mismo día, de madrugada, ella descubría ya esa gloria, yendo hacia el Señor de la mañana, hacia el Señor que disipa con su claridad todas nuestras sombras y que nos llena el corazón de regocijo. (Del himno de Laudes).
Damos gracias al Señor por la vida de Madre Estefanía; una vida entregada al Señor Jesús y, en Él, al servicio de sus Hermanas y hermanos, especialmente de los más pobres y necesitados a ejemplo de nuestros Fundadores; una vida tejida de gestos de Caridad hecha Hospitalidad.
Fue llamada a la Casa del Padre el día 1 de febrero de 2007, a los 88 años de edad y casi 70 de Vida Religiosa. Pertenecía a la Comunidad de Hermanas del Parque-Colegio "Santa Ana" de Valencia (España).
¡DESCANSE EN PAZ!