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miércoles, 11 de diciembre de 2019 |
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18 Tiempo ordinario – C (Lc 12,13-21) |
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CONTRA LA INSENSATEZ
Cada vez conocemos mejor la situación social y económica que Jesús conoció en la Galilea de los años treinta. Mientras en las ciudades de Séforis y Tiberíades crecía la riqueza, en las aldeas aumentaba el hambre y la miseria. Mientras los campesinos se quedaban sin tierras, los terratenientes construían silos y graneros cada vez más grandes.
En un pequeño relato, conservado por Lucas, Jesús revela qué piensa de aquella situación tan contraria al proyecto querido por Dios, de un mundo más humano para todos. No narra esta parábola solo para denunciar los abusos y atropellos que cometen los terratenientes, sino para desenmascarar la insensatez en que viven instalados.
Un rico terrateniente se ve sorprendido por una gran cosecha. No sabe cómo gestionar tanta abundancia. «¿Qué haré?». Su monólogo nos descubre la lógica insensata de los poderosos que solo viven para acaparar riqueza y bienestar, excluyendo de su horizonte a los necesitados.
El rico de la parábola planifica su vida y toma decisiones. Destruirá los viejos graneros y construirá otros más grandes. Almacenará allí toda su cosecha. Puede acumular bienes para muchos años. En adelante, solo vivirá para disfrutar: «túmbate, come, bebe y date buena vida». De forma inesperada, Dios interrumpe sus proyectos: «Insensato, esta misma noche, te van a exigir tu vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?».
Este rico reduce su existencia a disfrutar de la abundancia de sus bienes. En el centro de su vida está solo él y su bienestar. Dios está ausente. Los jornaleros que trabajan sus tierras no existen. Las familias de las aldeas que luchan contra el hambre no cuentan. El juicio de Dios es rotundo: esta vida solo es necedad e insensatez.
En estos momentos, prácticamente en todo el mundo está aumentando de manera alarmante la desigualdad. Este es el hecho más sombrío e inhumano: «los ricos, sobre todo los más ricos, se van haciendo mucho más ricos, mientras los pobres, sobre todo los más pobres, se van haciendo mucho más pobres» (Zygmunt Bauman).
Este hecho no es algo normal. Es, sencillamente, la última consecuencia de la insensatez más grave que estamos cometiendo los humanos: sustituir la cooperación amistosa, la solidaridad y la búsqueda del bien común de toda la Humanidad por la competición, la rivalidad y el acaparamiento de bienes en manos de los más poderosos del Planeta.
Desde la Iglesia de Jesús, presente en toda la Tierra, se debería escuchar el clamor de sus seguidores contra tanta insensatez, y la reacción contra el modelo que guía hoy la historia humana. Así lo está haciendo repetidamente el papa Francisco.
José Antonio Pagola |
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San Juan María Vianney |
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FECHA |
04/08/2019 |
PAÍS |
Francia |
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Los sucesos principales de la vida de San Juan María Vianney son conocidos de todos: su infancia en Dardilly (no lejos de Lyon), donde nació en mayo, día 8 de 1786, de padres honrados, cristianos y pobres. Fue bautizado el mismo día de nacer. A los nueve años todavía no sabía nada a no ser un poco de catecismo. A los once recibió los sacramentos de Penitencia y Eucaristía. Eran malos los tiempos por los que atravesaba Francia.
Por la mente de Juan María corrió siempre el deseo de llegar algún día a ser sacerdote... Pero no sabía nada y no había ningún maestro que estuviera dispuesto a enseñarle las primeras letras. Le costaba mucho aprender.
Por fin ingresó en el Seminario. Tenía 25 años cuando, en 1811, recibía la tonsura clerical. Al año siguiente empieza los estudios filosóficos. No le entran con facilidad. Por fin en junio de 1815 recibe el diaconado. Es un gran gozo para él.
Pero los superiores dudan si debe ordenarse sacerdote o rogarle que abandone el seminario, porque el sacerdote, piensan, debe ser un hombre de letras y a Juan María no le entran.
Era el 13 de agosto de 1815 cuando recibió este don del sacerdocio Saltó de alegría. Ya era lo que tanto ansiaba. Ya estaba dispuesto a morir por el rebaño que le fuera encomendado.
Ars era un pueblecillo pequeño y pobre y allí fue destinado este hombre lleno de ilusiones y con ganas de entrega, se llegaba a la pequeña parroquia de Dombes que se haría famosa en el mundo entero (1818), la transformación de Ars por obra de su celo y de su enseñanza catequética, pero, sobre todo, por su oración y penitencias, y más tarde la irrupción de las multitudes que, durante años, llenaron en oleadas incesantemente renovadas los caminos del pueblo y abarrotaban la iglesia desde el amanecer, y, por fin, la muerte de este sacerdote, extenuado por la fatiga y transfigurado a causa de la alegría interior, una radiante mañana de agosto de 1859: ¡Qué muerte tan agradable, cuando se ha vivido en la cruz». Mas, no cabe duda de que es menester haber ido en peregrinación a Ars, haber visto su pobre lecho y el tosco calzado, la pequeña iglesita y el púlpito al pie del cual se sentara Lacordaire -, el confesonario, en el que el santo pasaba a veces hasta catorce horas al día; es menester haber meditado las páginas de sus sermones, con su escritura y sus faltas de ortografía, para comprender, una vez más, cómo el Señor se complace en "lo que no cuenta para anular a lo que cuenta" (1 Co 1, 28).
¿Alguna vez tienes la sensación de no pertenecer realmente a este mundo? ¿De pertenecer realmente a un tiempo o lugar diferentes? Aunque algunas tradiciones religiosas aceptan la idea de la reencarnación, los cristianos y los santos cristianos no. Pero los santos reconocerían que la sensación de extrañamiento es real.
«Nuestro hogar es el cielo», dice San Juan María Vianney, más comúnmente conocido como el Cura de Ars. «Sobre la Tierra somos como viajeros que viven en un hotel. Cuando se está fuera, uno siempre está pensando en el hogar.»
Una indicación de que nuestro hogar real no es esta Tierra, es el sentido innato de justicia y honradez con que todos nacemos. Incluso a los niños más pequeños se les puede oír decir «eso no es justo» cuando alguien hace burla. ¿Cómo podemos saber lo que es justo, salvo que tengamos algún conocimiento instintivo de algún lugar donde todo es justo, donde reina la justicia y donde no existen el sufrimiento y la muerte?
Cada uno de nosotros nace con una brújula en su alma que apunta no hacia el norte magnético, sino hacia el cielo. Como si fuese un aparato celestial que nos lleva al hogar, siempre está con nosotros, recordándonos que somos en verdad viajeros sobre la Tierra, y que nuestro hogar real, con su entono dispuesto a darnos la bienvenida, nos aguarda al final de nuestro viaje.
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