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viernes, 06 de diciembre de 2019 |
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3 Pascua – C (Jn 21,1-9) |
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AL AMANECER
En el epílogo del evangelio de Juan se recoge un relato del encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos a orillas del lago Galilea. Cuando se redacta, los cristianos están viviendo momentos difíciles de prueba y persecución: algunos reniegan de su fe. El narrador quiere reavivar la fe de sus lectores.
Se acerca la noche y los discípulos salen a pescar. No están los Doce. El grupo se ha roto al ser crucificado su Maestro. Están de nuevo con las barcas y las redes que habían dejado para seguir a Jesús. Todo ha terminado. De nuevo están solos.
La pesca resulta un fracaso completo. El narrador lo subraya con fuerza: «Salieron, se embarcaron y aquella noche no pescaron nada». Vuelven con las redes vacías. ¿No es esta la experiencia de no pocas comunidades cristianas que ven cómo se debilitan sus fuerzas y su capacidad evangelizadora?
Con frecuencia, nuestros esfuerzos en medio de una sociedad indiferente apenas obtienen resultados. También nosotros constatamos que nuestras redes están vacías. Es fácil la tentación del desaliento y la desesperanza. ¿Cómo sostener y reavivar nuestra fe?
En este contexto de fracaso, el relato dice que «estaba amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla». Sin embargo, los discípulos no lo reconocen desde la barca. Tal vez es la distancia, tal vez la bruma del amanecer, y, sobre todo, su corazón entristecido lo que les impide verlo. Jesús está hablando con ellos, pero «no sabían que era Jesús».
¿No es este uno de los efectos más perniciosos de la crisis religiosa que estamos sufriendo? Preocupados por sobrevivir, constatando cada vez más nuestra debilidad, no nos resulta fácil reconocer entre nosotros la presencia de Jesús resucitado, que nos habla desde el Evangelio y nos alimenta en la celebración de la cena eucarística.
Es el discípulo más querido por Jesús el primero que lo reconoce: «¡Es el Señor!». No están solos. Todo puede empezar de nuevo. Todo puede ser diferente. Con humildad, pero con fe, Pedro reconocerá su pecado y confesará su amor sincero a Jesús: «Señor, tú sabes que te quiero». Los demás discípulos no pueden sentir otra cosa.
En nuestros grupos y comunidades cristianas necesitamos testigos de Jesús. Creyentes que, con su vida y su palabra, nos ayuden a descubrir en estos momentos la presencia viva de Jesús en medio de nuestra experiencia de fracaso y fragilidad. Los cristianos saldremos de esta crisis acrecentando nuestra confianza en Jesús. A veces, no somos capaces de sospechar su fuerza para sacarnos del desaliento y la desesperanza.
José Antonio Pagola |
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S. Angel de Sicilia |
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No es mucho lo que se sabe críticamente de su vida.
Un Catálogo de Santos de finales del siglo XIV, al parecer bastante digno de crédito, nos trae estas sucintas noticias: Vivía en el Monte Carmelo y junto con otros carmelitas, por los años 1220, vino a Sicilia.
Aquí desarrolló un ardoroso apostolado y en la ciudad de Ucata (Sicilia-Italia) fue asesinado por los "impíos infieles", en la primera mitad del siglo XIII.
Por ello la Iglesia y el Carmelo en el pasado lo veneraron como mártir y pronto levantaron en Licata una iglesia en su honor y colocaron su cuerpo sobre el altar.
Otras biografías le atribuyen nuevos datos menos críticos que completarían estas noticias. Según ellas, había nacido en Palestina, de padres hebreos de religión, lamados José y María. Tuvo un hermano, llamado Juan, que también vistió e hábito de carmelita. Tanto los padres como los hijos se convirtieron pronto al cristianismo.
Angel vivió en varios conventos de Palestina y del Asia Menor. Recibió muchas gracias del Señor, sobre todo el don de profecía y milagros.
Fue un celoso predicador, convirtiendo a muchos miles de infieles a la fe de Jesucristo.
Vino a Roma en compañía de otros carmelitas procedentes del Monte Carmelo para obtener del papa Honorio III la aprobación de la Regla del Carmen, gracia que se obtuvo el 30.1.1926.
En la Basílica del San Juan de Letrán se encontró con Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís. El santo carmelita predijo las LLagas al Seráfico Padre y éste, a su vez, le anunció que pronto moriría mártir de Jesucn'sto.
Predicó con gran fruto en varias ciudades de Sicilia. sobre todo en Palermo, Agrigento y Licata. Predicando un día en esta última ciudad, el famoso Berengario, pecador públ¡co, por odio contra Angel por haber traído al buen camino a su hermana, le asestó cinco estacadas, muriendo poco después, en la primera mitad del siglo XIII.
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